martes, 30 de agosto de 2011

“Solo los hombres de talento saben cenar” - Eres lo que comes - Fisiología del Gusto, magnífico libro







“Solo los hombres de talento saben cenar”, era uno de los aforismos preferidos del más grande gastrónomo de la historia de Francia: Jean Anthelme Brillat Savarin, nacido en 1755 en la ciudad de Belley. Era el prototipo del cocinero de la época; gordo, sedentario y fanático de la buena mesa. Había estudiado derecho y escribió sobre política, economía y leyes, pero su obra cumbre que lo llevó a la fama fue: La Phisiologie du Gout o Fisiología del Gusto, publicada en 1825. El libro es un verdadero tratado acerca de la comida y su influencia sobre las personas.

Una obra maestra sobre el tema de la cocina como un arte y comer como un placer, este clásico de 1825 sobre los placeres de la comida y la bebida fue escrito por un político francés y hombre de letras, cuya verdadera pasión se centró en la gastronomía. Estilo encantador personal y anecdótico Brillat-Savarin le gana la simpatía de los lectores, y junto con sus recetas para el faisán, la fondue suiza, y otros platos, ofrece meditaciones ingeniosas a los sentidos, la virtud erótica de las trufas, la caza de pavos salvajes, los restaurantes parisinos , la historia de la cocina, dietas, y un centenar de otros temas interesantes.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Funesta fuente de inspiración para insignes literatos: La Guerra.







Pese a encontrarnos en el siglo XXI, aún al día de hoy la palabra guerra, relacionada o no con la historia, invade los periódicos de todo el mundo y también las librerías.








La guerra es una de las temáticas que aparece insaciablemente en la literatura. Posiblemente, esto se deba a que en la historia de la humanidad esa palabra, guerra, es la que más estragos ha hecho en la vida de las sociedades; ha terminado con comunidades enteras y ha sembrado el pánico en cientos de otras.

Libros de otras épocas de guerra

La Iliada” de Homero, es posiblemente el primer título que se nos viene a la mente a la hora de hablar de conflictos bélicos. En ella se describe la guerra de Troya, cuando los aqueos invadieron la tierra de los troyanos, destruyendo gran parte del territorio y saqueando la ciudad de las formas más cruentas. Está escrito en forma de oda y desgraciadamente, puede describir lo que la guerra significa para nuestro mundo hoy en día.

Guerra y Paz” de Tolstói, es sin duda una de las obras de los clásicos rusos más emblemarias en lo que a guerra y destrucción respecta, narra la invasión de Napoleón a Rusia y la catástrofe en la vida del príncipe Andrei Volkonsky, cuya responsable es la guerra. Su marcha al campo de batalla, que lo hacen perder lentamente toda su vida anterior, su familia, su tranquilidad y lo devuelven cargado de dilemas existenciales y políticos que hacen que su vida nunca más pueda ser lo que era. Tolstói es seguramente uno de los escritores más pacifistas de su época, y en esta obra puede notarse su desprecio por la guerra y por las formas en las que el ser humano cree que deben hacerse las cosas.

Vida y Destino” de Vasili Grossman, narra la batalla de Stalingrado, desde la visión de una familia que sufre sus consecuencias. Cuenta cómo son llevados algunos de sus miembros a campos de trabajo y otros a luchar en la batalla, fracturándose la familia. En esta obra se muestra el miserable trato que en esta época se daba a las mujeres y a los niños, y es una cruda visión de lo terrible que puede ser la ira y el odio para las sociedades.

Autores contemporáneos buscando la paz

Existen miles de libros que tratan sobre la guerra, y en la mayoría de ellos el tema central es la búsqueda de la paz; son gritos ahogados que suplican porque cesen los disparos y la violencia en el mundo. Son muchas las novelas actuales que merecen ser destacadas, sin embargo nombraré sólo tres que sí o sí debemos leer.

Los soldados lloran de noche” de Ana María Matute, una obra que sin duda les hará llorar. Se encuentra enmarcada a finales de la Guerra Civil Española y muestra las muchas consecuencias que puede tener una mínima palabra u acción para desencadenar el caos en la vida. Es una obra escrita con mucha corrección y que hace notar la preciosa lírica de la Matute, permitiéndonos acercar a esa parte de la guerra que no aparece en los libros de historia, esa parte íntima, infranqueable que es el universo de los que realmente han tenido que padecer sus consecuencias.

Otro autor indiscutible, a la hora de hablar de escritores pacifistas, es Amos Oz, un hombre nacido en Israel que ha trabajado, y continúa haciéndolo, por el cese de la guerra en su tierra. En cualquiera de sus obras podrás encontrarte con un mundo asediado por la guerra y las malas decisiones políticas, que llevan a que la mayoría de sus ciudadanos deban soportar terribles aflicciones; sin embargo, seguramente la novela por excelencia de Amos es “Una historia de amor y oscuridad”. Lo que más impresiona de esta novela es que se trata de una autobiografía que muestra los orígenes de la familia de Amos Oz. Con un increíble talento Amos detalla la desastrosa relación de sus padres, la muerte de su madre cuando él era pequeño y nos regala un cuadro impresionante de la Jerusalén y el Tel Aviv de aquel entonces (entre los años treinta y cincuenta).

El autor va mostrando más de 100 años de historia familiar, entrelazándose presente y pasado y ofreciendo una obra primorosa, triste, dolorosa y llena de los dos ingredientes tan nombrados en la guerra: el amor y el odio. Según lo expresó el crítico de Babelia, José María Guelbenzu: “Este libro es un ejemplo de autobiografía bien narrada. Una obra inmersa en el deseo de vivir y de ser, gratificante, emocionante e inteligente.”

Herta Müller es otra de las autoras de novelas que tratan sobre guerra y conflictos similares. Esta autora destaca por sus relatos acerca de las duras condiciones de vida en Rumania, durante el régimen comunista de Nicolae Ceausescu, donde ha denunciado las injusticias que ha sufrido y ha visto sufrir a compatriotas, amigos y familiares suyos durante esta época tan dramática en su país.

En su obra “El hombre es un gran faisán en el mundo”, narra la vida de las familias alemanas, mientras esperan salir de Rumania para escapar de la tiranía que la dictadura de Nicolae Ceausescu imprime sobre ellos. Oprimidos no sólo por la pobreza reinante, en las puertas de la Primera Guerra Mundial, sino por lo que las injusticias del régimen les causan.

Es una triste pintura que muestra lo que los enfrentamientos bélicos causan sobre las sociedades, y sobre todo por las clases más desfavorecidas. A través de esta lectura podemos encontrarnos con las consecuencias más terribles de la guerra: el empobrecimiento extremo y el aumento del analfabetismo, ligado a la naturaleza humana ruin y vil de las clases dirigentes.

Leer acerca de la guerra no sólo puede ayudarnos a comprender más por qué el mundo se encuentra tan dividido, sino que además puede demostrarnos que el único camino posible para que reine la armonía en el mundo es la paz, y que no hay otra forma para conseguirla que a través del diálogo, como no cesa de afirmarlo Fima, el personaje de “Fima”, otra de las obras de Amos Oz, que más que una novela es un tratado de paz./Poemas del alma/LIVDUCA

Lectura de autores antiguos ¿pérdida de tiempo?






Obviamente, primero hay que definir lo que significa “perder el tiempo”. En la literatura, supongo que tal concepto es imposible de definir. Cada uno disfruta de lo que quiere, bucea en los autores que considera y saca frutos según el bagaje que le acompañe en sus lecturas. No hay mucho más que discutir.

Sin embargo, la cosa cambia si hablamos de libros de no ficción: filosofía, divulgación, historia, política, psicología, etc. Entonces sí que podemos afirmar con cierto grado de seguridad que determinadas lecturas son perder el tiempo (si consideramos perder el tiempo obtener conocimientos útiles y no simples elucubraciones sin sentido o datos obsoletos o erróneos). Entonces, estar muerto hace muchos años ya no es garantía de sabiduría. No digo que un pensador antediluviano pueda dar en el clavo o consiga enfocar determinado problema con una brillantez que jamás se alcanzará posteriormente: lo que digo es que tener antigüedad no es garantía de ello.

Más bien es un handicap.

Si leemos, por ejemplo, a un pensador de hace seis siglos a fin de aplicar sus lucubraciones a los problemas que nos atañen, estaremos obligados a desbrozar ideas muertas y ello precisa de un trabajo cognitivo superior que si leemos a un pensador contemporáneo, cuyas ideas sintonizan mejor con los nuevos conocimientos (hablo, por supuesto, en general: seguro que hay pensadores contemporáneos que sólo tienen ideas muertas).

Busquemos un ejemplo bastante icónico: Aristóteles. El filósofo suele estar en boca de muchas personas que para, para afianzar sus argumentos, le citan una y otra vez. Con ello se incurre en una falacia de autoridad, pero sobre todo en lo que yo llamo falacia de antigüedad. Aristóteles, lo sé a ciencia cierta, ha escrito pasajes que deberían estar esculpidos en mármol. Y leerle es una delicia sencillamente porque te sientes transportado a otra época, porque puedes adentrarte en una mente marciana que vivió en otro mundo, porque puedes aprender cómo ha evolucionado el pensamiento desde entonces y mil motivos más.

Pero Aristóteles, a la luz de nuestros conocimientos, también incurría en unos errores garrafales, patinaba como un beodo de bar y sentenciaba como un estulto con birrete. Y para huir de todos esos manchones negros en su currículo hay que andar con buen ojo. Entonces, y sólo entonces, Aristóteles es una verdadera pérdida de tiempo (si definimos tal, insisto, como la adquisición de conocimientos objetivos que podamos aplicar a nuestros problemas cotidianos). En su día, por ejemplo, la repetición de sus opiniones por parte de los escolares provocó, por ejemplo, que durante siglos no se comprobaran sus afirmaciones.

Veamos algunos de ellos. El filósofo, como personaje atrapado en una conyuntura histórica y cultural, no dudaba en admitir el surgimiento de la vida mediante la generación espontánea. Como el hecho de que una ballena o un perro sugiera de la nada era un poco difícil de digerir, Aristóteles limitaba la generación espontánea a bichitos de poca monta, pequeños y de poca relevancia, procedentes del agua, la arena y el barro. El sol o el calor, entonces, infundían vida a moléculas que antes eran inanimadas.

“Todo cuerpo seco que se vuelva húmedo o cualquier cuerpo húmedo que se seque produce animales”, decía uno de los filósofos que hoy se cita a menudo como autoridad intelectual incuestionable. Podemos leer éstas y otras afirmaciones ridículas en sus tratados Historia de los animales y De la generación de los animales.

Artistóteles también decía que muchos insectos “proceden del rocío que cae sobre las hojas”. Muy poético, sin duda, aunque cualquier escolar podría ya replicar las afirmaciones de Aristóteles sin despinarse (si antes deja un rato la Playstation, se entiende).

Aristóteles aseguraba que nuestro cerebro no recibe sangre y es la parte más fría del cuerpo, destinada a refrigerar el resto. Quizá el cerebro de Aristóteles lo fuera. Que en el género humano, las ovejas, las cabras y los cerdos los machos tienen más dientes que las hembras. Que la sangre de la mujer es más oscura y espesa que la del varón. Que la mitad izquierda del cuerpo es más fría que la derecha.

Pero quizá las dos ideas de Aristóteles que perduraron durante más siglos enquistados en el conocimiento colectivo (abonado por la tradición y la religión) fueron que la Tierra era el centro del universo y que el vacío no existe.

Sobre la idea de que nuestro planeta pudiera desplazarse por el universo, Aristóteles se burlaba de los pensadores que ya habían valorado esta idea: “¡Qué ocurrencia! ¿Qué pasaría con los pájaros que vuelan si la Tierra se moviera?” Aristóteles era, por tanto, de los que creen que una mosca que vuela dentro del vagón de un tren debe desarrollar la misma velocidad del tren para no quedar hecha papilla contra la pared.

Aristóteles, señores, creía que los cuatro elementos básicos eran el agua, el aire, el fuego y la tierra, que el éter podría existir y que todas las cosas tienen un sitio idóneo en el cosmos y que si una piedra cae es porque se dirige a ocupar su lugar natural, que es el suelo.

En fin, quintales de bobadas que podríamos extraer de sus textos. Bobadas que no todo el mundo es capaz de desbrozar convenientemente. Bobadas que nos deben hacer recordar que los pensadores del pasado, por muy extraordinarios que hubieran sido en su época, hoy en día no deberían citarse con tanta alegría por el simple hecho de dar consistencia a lo que uno dice. A veces vale más la vena citar a la bruja Lola, aunque no quedes tan bien.

Y ahora a discutir. Pero antes: ¿proponéis lecturas antiguas que consideréis que vale la pena leer hoy en día?/Papel en Blanco/LIVDUCA